lunes, 15 de octubre de 2012

Las dos brujas

Las dos brujas



Era un secreto a voces que muchos en el puerto de Trujillo conocían: las viejas Mencha y la Belén eran brujas. Se convertían por las noches en lechuza una y la otra en una enorme chancha que salía por las calles del barrio del Calvario en busca de borrachos. Su predilección por los hombres, decían los rumores, estaba comprobada por su harto dudosa costumbre de atacar mordiendole a estos los genitales. Se decía que la causa de aquella extraña aberración, había sido un marido infiel y parrandero a quien la Belén, cansada de su maltrato, había envenenado con una pócima de leche de piñón, mezclada con extracto de nicotina extraída de una pipa de caolín. 

Chicho, mi amigo, juraba y rejuraba que el era testigo de aquel extraño caso de metamorfosis diabólica. La última vez que me confirmó la historia fue hace apenas unos cuantos años antes de que entregara su alma al Creador, y mientras me encontraba visitando a un hermano, que al igual que él, se había mudado a vivir y trabajar en La Lima, Cortes. Decía Chicho que la endiablada transformación, de humano a alado de mal agüero, tenia lugar, por lo general, durante las noches de luna llena. En aquellas noches, doña Mencha se aseguraba de dejar la ventana de atrás de su humilde casucha, abierta. Chicho miró varias veces salir la enorme lechuza volando por aquella ventana. 

Al principio, contaba Chico, él creía que se trataba de alguna de las lechuzas que habían hecho su hábitat en los techos de algunas de las casas antiguas de la vecindad de la colonial ciudad de Trujillo. Para desenmarañar el misterio y confirmar sus sospechas, por fin una noche y después de que la lechuza alzara vuelo, fue y aseguró la ventana con una cuña de madera de modo que no se pudiera abrir fácilmente desde afuera. Al día siguiente muy de mañana, se levantó Chicho solo para encontrar que doña Mencha estaba profundamente dormida, sobre un banco que acostumbraba a mantener para las visitas, en el patio entre la casa y la cocina. Al no tener la llave para abrir la casa por la puerta de enfrente, tuvo que pasar el resto de la noche en aquel banco, en espera de quien más que su vecino, para que viniera este a su rescate y le ayudara a obtener acceso al interior de su casa, cuando despertara este por la mañana, como realmente sucedió. 

Satisfecho Chicho con los resultados de su acuciosa investigación, ahora estaba bien seguro de las habilidades satánicas de su vecina. Doña Mencha era una vieja bruja. Había que cuidarse de ella y tomar las debidas precauciones para evitar ser víctima de sus maleficios. Para protegerse de los posibles intentos de un gratuito satánico conjuro de aquella mala vieja, después de aquel día, Chicho colocó cuatro cabezas de ajos empapadas de agua bendita, en cada una de las cuatro esquinas de su casa y rezó cuatro padres nuestros, por recomendación nada menos que del reconocido santero y curador espiritual, Cástulo Benavidez, quien tenia, entonces, su "laboratorio" establecido en ese puerto. 

El hecho de residir la Belén en el barrio del Calvario, le dificultaba más a Chicho sus investigaciones en el campo de lo sobrenatural, sin embargo con la ayuda de un amigo se resolvió de una vez por todas, a remover el velo del misterio que envolvía a la chancha que aparecía por las noches, atacando a los hombres en ese barrio. Esa noche, cuenta Chicho, esperaron en la esquina de la casa de don Carlos Unruh, que era la casa opuesta a la de la vieja Belén. 

Exactamente a media noche, vieron venir a la enorme porcina dirigiendose hacia donde estaban ellos. Preparados de antemano con sendos garrotes para repeler su ya conocida agresividad, la recibieron a esta a garrotazo limpio. Al notar la chancha la fiera resistencia de sus presuntas víctimas, tomó las de villadiego y en un santiamén desapareció así como había aparecido. 

Cuenta Chicho, que al día siguiente apareció la Belén con la cara toda hinchada y un brazo en cabestrillo. Señal indiscutible de que esta y nadie más, era la chancha de media noche que se deleitaba en atacar a los hombres borrachos e irresponsables, que negligentemente desatendían sus obligaciones conyugales con sus amorosas mujercitas, las que, a pesar de todo, se desvelaban esperándolos con la sopita caliente de mondongo picante, para contrarrestarles los efectos de la resaca, y así estar en condición, al día siguiente, de ganarse el pan nuestro de cada día. 

Debo de admitir que aquel relato de mi amigo Chicho, además de cautivar mi imaginación, tuvo el privilegio de ser el instigador de la perenne incógnita que desde entonces ha existido en mi mente, ¿Por qué es que solo hay brujas y no brujos? ¿Será que, después de todo, por ser las hembras más inteligentes que los varones, les ha lucifer tenido más confianza? Y que conste que no es que quiera yo ser cruel, ni mucho menos ofender a nuestras nunca bien ponderadas compañeras. 

Aquí termina la historia de la lechuza y la chancha que se suponen ser las últimas brujas que existieron en esa antañona ciudad. Y digo así, por cuanto nunca más volví yo a oír historias de brujas en aquel bendito puerto. Chicho pasó a mejor vida y nunca se retractó, y al contrario siempre juró con una mano sobre el corazón y la otra en una Biblia, que aquel cuento no era cuento y que sí era una historia real... 

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